La antipolítica

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“Una cosa es estar en la candela política,

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y otra, decir desde lejos como se apaga”

Rómulo Betancourt

La democracia representativa atraviesa una crisis de legitimidad de desempeño. Los ciudadanos han perdido la confianza en la democracia, en la medida que no ha satisfecho sus expectativas. Ya no acuden al llamado de elecciones, en la misma proporción ni con el mismo entusiasmo de antes. La abstención electoral tiende a incrementarse, o, en el mejor de los casos se estabiliza. La misma encuentra explicación, entre otras causas,  en el ejercicio de una abstención consciente en rechazo a la oferta electoral presentada, y en la simple apatía por los asuntos políticos. Ello socava el piso de la democracia, al plantear un problema de representatividad como sistema de gobierno.

Cada día el ciudadano se siente menos representado por el gobierno de turno. El vínculo entre ciudadano y gobierno se ha venido desvaneciendo con el correr del tiempo. Tanto la ineficacia de las políticas públicas como los permanentes escándalos de corrupción,  han ido erosionando la confianza del ciudadano en la democracia y en los  partidos políticos. Lo cual es particularmente cierto en muchos  países de economías emergentes, donde se ha acrecentado la desigualdad social, la prestación de servicios públicos ha empeorado,  la seguridad social sigue siendo muy precaria, exhiben déficits en materia de derechos humanos y se observa mucha corrupción.

El fenómeno en realidad no es nuevo, ha sido objeto de estudio por parte de  especialistas en ciencias sociales. Entre ellos, destaca el aporte del politólogo Colin Crouch, con su libro “Enfrentando la Postdemocracia” (2004),  donde sostiene que las actuales democracias guardan las formas como sistema político (elecciones en condiciones competitivas, independencia de poderes públicos, vigencia del estado de derecho y otros), pero progresivamente se han venido alejando de su verdadero propósito.

Así, la toma de decisiones, en los asuntos públicos ha quedado reservada para la cúpula gobernante, mientras que la participación ciudadana solo existe en el papel. La clase gobernante es percibida por los ciudadanos como una élite, que ejerce el poder en función de sus propios intereses y no del colectivo. El rechazo hacia los políticos se evidencia en los sondeos de opinión. El nivel de aceptación de los políticos entre los ciudadanos, ha venido cayendo de manera sostenida.

 La falta de respuestas de la democracia representativa a las demandas de los ciudadanos, ha propiciado la aparición de movimientos sociales organizados. En realidad estos movimientos no muestran una propuesta política elaborada, sino que se limitan a manifestar su malestar en relación a situaciones muy generales, en tanto que hay otros movimientos que protestan por asuntos muy puntuales.

Curiosamente dos de estos movimientos, quizás los más emblemáticos,  surgieron en el primer mundo, específicamente en Europa. Entre 2011 y 2015 el movimiento M-15, mejor conocido como movimiento de los Indignados, se hizo sentir en la escena política española. Posteriormente, en 2018 surge en Francia el movimiento de “chalecos  amarillos” que se mantiene activo. Ambos movimientos se articularon a través de redes sociales y se declararon como autónomos, transversales y con un liderazgo colectivo.

Existe la firme presunción que, detrás de algunos de estos movimientos operan los eternos  enemigos de la democracia. Para nadie es un secreto que en la agenda del Foro de Sao Paulo – que congrega una variopinta izquierda y ultraizquierda de distintos países-  figura como objetivo la expansión geográfica de su proyecto político. En ese sentido, han conformado bajo la figura de “movimientos sociales” células políticas con el claro propósito de penetración ideológica en otras latitudes, que no desaprovechan cualquier oportunidad para intentar desestabilizar gobiernos democráticos.

Este descontento social ha buscado expresarse a través de otras formas. Entre ellas, figura la antipolítica que ha venido ganando terreno a pasos agigantados. Liderazgos no “contaminados” por los  partidos políticos  y un discurso novedoso son su marca de fábrica. El caso más reciente es la elección de Jair Bolsonaro en Brasil, un militar retirado que sin mayor carrera política alcanzó la presidencia de la República.

En Venezuela, la antipolítica  tuvo poca trascendencia durante los cuarenta años de democracia, no fue sino hasta finales de los años ochenta cuando comienza a manifestarse. EL estallido social de El Caracazo de 1989, dejó ver un malestar social represado,  que no encontraba cómo ser canalizado a través de la oferta electoral disponible. Luego la alta votación alcanzada por el sindicalista Andrés Velásquez –una especie de Lula Da Silva criollo- en la elección presidencial de 1993,  fue otro claro indicio que el venezolano andaba en la búsqueda de nuevas opciones.

Previamente hubo candidaturas presidenciales como la del Dr. Arturo Uslar Pietri, un intelectual muy reconocido, quien fue postulado por el Comité Independiente Pro-Frente Nacional en 1963. La del afamado  animador Renny Ottolina  en 1977, postulado por su propio partido El Movimiento de Integridad Nacional (MIN), cuya candidatura despertó cierta aceptación, pero que no finalizó al perecer cuando hacía campaña electoral.

 También hay que señalar,  la elección del General Marcos Pérez Jiménez como senador de la República en 1968, postulado por Cruzada Cívica Nacionalista (CCN) por Caracas. Sin embargo, ese resultado electoral quedó sin efecto por decisión del bipartidismo.  

Finalmente, la antipolítica llega al poder, de la mano de Hugo Chávez cuando alcanza la  victoria en la elección presidencial de 1999. Analizar los factores que condujeron a su ascenso no deja de ser importante, pero ameritaría otro artículo por razones de espacio. Me limitaré a mencionar algunos de ellos: agotamiento del modelo rentístico-petrolero, crisis de los partidos del estatus, falta de voluntad política para reformar el Estado, inconformidad con la oferta electoral, descontento social, desestabilización política inducida por los “Notables” y  el innegable liderazgo carismático de Hugo Chávez.

Aquí lo realmente importante a destacar, son las consecuencias del ejercicio del poder, y es que el proyecto chavista no solo desembocó en  una terrible crisis humanitaria, después de haber despilfarrado el mayor boom petrolero de nuestra historia; sino que también liquidó la democracia e instauró un régimen autoritario. Todos los males que prometió corregir hoy se han agravado  y, ha dado paso a otros nuevos que nunca imaginamos sufrir. Como la severa crisis de servicios públicos y el resurgimiento de enfermedades superadas hace décadas.

Para nuestro asombro aún hay seguidores de la antipolítica. Pareciera que la tragedia que padecemos no ha traído ninguna enseñanza. Todavía hay venezolanos que no han aprendido la lección. Frecuentemente nos encontramos en los escasos espacios disponibles para la discusión –probablemente los grupos de WhatsApp sea el espacio más utilizado- con acalorados debates, entre aquellos que se inclinan por una salida democrática  versus los partidarios de otras alternativas.

Por lo general aquellos partidarios de una salida distinta a la establecida, desestiman el sacrificio efectuado por los partidos de oposición en la búsqueda de una solución constitucional, es decir, pacifica, electoral y democrática como deseamos la gran mayoría de los venezolanos. Rechazan cualquier iniciativa de diálogo y negociación entre las partes. Sostienen que el régimen no sale con votos y, por tanto, se rehúsan a participar en cualquier elección convocada por el régimen, sin importar la eventual concesión de garantías electorales medianamente aceptables.

 Acusan con vehemencia al verdadero liderazgo opositor de ser cómplices del régimen. Lo señalan de cohabitar con el régimen. Llegando al extremo de hacerse eco de las denuncias del régimen,  acerca de  supuestos casos de corrupción cometidos por la dirigencia democrática.

En cambio muestran simpatías por todo aquel que se haya mantenido al margen del G4 (Primero Justicia. Acción Democrática,  Voluntad Popular y un Nuevo Tiempo). El activismo político se realiza casi que exclusivamente por redes sociales, donde cuentan con un significativo número de seguidores. Algunos confiesan su indignación  por el supuesto exilio dorado que viven nuestros diputados.

Su comportamiento se asemeja mucho al de los famosos “managers de tribuna”, esos fanáticos de beisbol que ven todo claro, desde la comodidad de sus asientos. Generalmente son implacables en sus apreciaciones hacia el manager del equipo que siguen. Condenándolo a la hoguera cuando las cosas salen mal, bien sea porque siguió las reglas del “librito” al pie de la letra, o, porque hizo las reglas a un lado. Rara vez le dan la razón al manager, ni siquiera le otorgan  el beneficio de la duda.

Tomando en consideración lo expuesto, conviene emprender un arduo trabajo de pedagogía política.  Hay que hacerle comprender a ciertos venezolanos lo siguiente: (l) la supremacía de la democracia como sistema de gobierno y, del papel que juegan los partidos políticos en su funcionamiento (ll) la gran importancia que tiene la unidad dentro de la estrategia de rescate de la democracia (lll) la necesidad de  apartar las diferencias en medio de la actual coyuntura (lV) prescindir de la crítica destructiva  al liderazgo democrático  (V) enfocarse en el régimen como adversario político y (Vl) no cifrar todas las esperanzas de cambio político en el factor externo.

El solo hecho que acepten uno de los ABC de la política: “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”, sería un muy buen comienzo. Aunque, con el ánimo de desterrar el léxico bélico del discurso político, imperante estos últimos veintiún años. Quizás sea mejor hablar de adversario en vez de enemigo.

Sin duda, que el reemplazo de ese término,  es algo más cónsono con nuestro ideal democrático y noble gentilicio, aparte que abona el camino de la anhelada  reconciliación nacional.

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