La humildad de Marc Gasol

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 “Nunca he sentido que fuera alguien especial. Siempre he sabido que la única fórmula para llegar donde estoy era la del esfuerzo y el trabajo. Currar, currar y currar. En una sociedad que ensalza el individualismo, me siento más a gusto formando parte de la fuerza del grupo”.

Ningún tatuaje o piercing salpimentando su anatomía. Ni la menor jactancia inmobiliaria, automovilística o naviera. Ausente el más ínfimo donjuanismo de exhibir sus conquistas en las redes sociales o un corte de pelo propio de quien ha sufrido una electrocución. Inmanente empatía por los menos favorecidos.

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Aunque gana veinticinco millones de dólares anuales Marc Gasol –como Rafa Nadal-, escapa del arquetipo de estrella egotista y poco lúcida que tanto ocupa las páginas del papel cuché.

El fragoso sendero atravesado para llegar a la élite labra un perfil humilde, incapaz de alardear ni cuando su tour de force en las semifinales del pasado mundial nos guía hasta un título a priori inimaginable.

A diferencia de su hermano, Marc fue un late bloomer –jugador de explosión tardía- marcado por el desembarco familiar en pos del sueño americano de Pau en 2001, que estancó su carrera durante los dos años que jugó una competición escolar menor en el Laussane Collegiate School de Tennessee,

Cuando, estrenada su mayoría de edad, regresa al Barça, con sobrepeso y sin experiencia, topa con la barrera infranqueable de un entrenador, Dusko Ivanovic, que, ni cree en él, ni le concede siquiera el beneficio de la duda.

Veintiún años. Involución. Cero perspectivas. Fin de trayecto.

Un guiño de la providencia, la llamada del seleccionador nacional, Pepu Hernández, por la lesión de un compañero, le permite imbuirse del hechizo de la generación de oro campeona del mundo en Japón 2006, y retoña una ilusión entonces apagada.

El fausto desenlace es de sobras conocido. Pero el éxito con mayúsculas, coronado hace un año con el anillo de campeón de la NBA, no ha mutado su talante.

Aunque sus intervenciones televisivas sean interesantes y cuajadas de sensatez, su opacidad mediática y la carencia del carisma de otros congéneres como Ricky Rubio, hacen que nunca, salvo en Memphis, haya sido el ídolo de masas que anhela el gran público.

Sin embargo, el mundo de la canasta, desde sus doctos aficionados a sus áureos protagonistas, conoce a la perfección su trascendencia y valora y admira mayoritariamente sus logros, su exquisitez técnica, su compañerismo y competitividad.

Pese a no venir aderezado por las candilejas o el brillo de la popularidad, ese es el reconocimiento que vale en cualquier arte o disciplina.

A pesar de que el deporte rey colapse la atención deportiva, no hay futbolista patrio que pueda exhibir una tarjeta de presentación con los títulos, galardones y valores humanos como la de Marc Gasol. 

He creído necesaria esta recapitulación por la latente sensación de que su trayectoria —que será complicado emular en mucho tiempo— no es aquilatada con justeza en nuestro país –que sí en EE.UU.- por el ciudadano común no adepto.

En el foco por su decepcionante rendimiento en los actuales playoffs de la NBA con los Toronto Raptors y su aparente deseo de regresar a Europa, su futuro es una incógnita abierta a múltiples especulaciones.

Sus treinta y cinco años, una motricidad mermada por la edad y las lesiones, una genética no privilegiada, y la deriva actual hacia el small ball, es decir transiciones vertiginosas con nulo juego interior que tan poco nos gusta a algunos aficionados, hacen difícil que pueda recuperar la excelencia de sus años dorados en Memphis, donde, formando pareja con Zack Randolph, alcanzó su cenit, fue elegido en el primer quinteto de la liga en una temporada, la 2015, en que Pau fue seleccionado en el segundo —es decir ambos hermanos entre los diez mejores jugadores del orbe—,  disputó tres veces el All-Star y colocó a un equipo mediano como los Grizzlies en las finales de la Conferencia Oeste de la NBA.

«Marc tiene un enorme ‘basketball IQ’ (inteligencia resolutiva)», afirmó el laureado maestro spur Gregg Popovich tras sufrir sus treinta y dos puntos en uno de los partidos de la eliminatoria fraternal —Gasol vs Gasol— de los playoffs de 2017. “Entiende muy bien el juego. Es un don natural. Cuando se combinan su IQ con sus habilidades, como sus buenas manos y su visión, te puede hacer daño en una variedad de formas”.

En la liga estadounidense su papel más factible sería el de bien remunerado role player en algún contendiente al anillo. Los San Antonio Spurs de Popovich o los Dallas Mavericks de Luka Doncic, con un juego más europeizado y equilibrado, podrían ser un magnífico destino.

Sería un enorme aliciente para la Euroliga y para la ACB, pero de no mediar motivos personales no parece probable su regreso al Viejo Continente.  En caso de producirse se abrirían atrayentes interrogantes: ¿Volvería a su club de formación, el Barça, del que sin alharacas salió en 2006? ¿Aceptaría enrolarse en el Real Madrid?

La incógnita aún tardará en desvelarse. Unas cuantas malas tardes no equivalen a ocaso y seguro que no le faltarán ofertas apetecibles.

Deberán alinearse no pocos astros, pero el relato de los Gasol merece un último baile olímpico persiguiendo el sueño que se acarició en Pekín y Londres.

No olvide ver nuestros reportajes en: www.hispanopost.com

    

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