¿Quién tortura? El perfil psicológico de los perpetradores

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El informe publicado recientemente por la Misión de Verificación de las Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela nos muestra una sociedad diferente a la que creíamos conocer. Una práctica como la tortura, convertida en política de Estado y aplicada sistemáticamente, requiere no solo de perpetradores, sino de cómplices y testigos silentes. El documento habla de quienes detentan el poder, pero también de los venezolanos.

¿Quiénes son esos individuos que torturan y cuáles son sus motivaciones? ¿Qué ocurre en una sociedad para que una práctica como esa se aplique ampliamente ante la mirada indiferente de los ciudadanos? Para la psicóloga clínica y docente de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Mary Sánchez, más allá de los beneficios económicos, profesionales o sociales que obtienen los torturadores dentro de los círculos en que operan, los autores materiales pueden presentar trastornos disociales de la personalidad, es decir, rasgos de psicopatía.

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“Encontramos a personas que realmente disfrutan del sufrimiento del otro y del poder que ejercen sobre el otro porque está indefenso, vulnerado y hay una sensación de superioridad. Disfrutan tener poder sobre el otro. En el caso del trastorno narcisista, encontramos personas que obtienen gratificación inmediata: el otro no existe sino como utilidad y objeto que me sirve para intercambiar cosas para mí”, señala.

Ciro Muñoz, especialista en psicología clínica con experiencia en el área de peritaje psicológico forense, ratifica lo señalado por Sánchez: los perpetradores sufren desequilibrio.

“Una persona capaz de infligir sufrimiento a otro sin arrepentimiento, sin compasión, pudiera estar presentando algún tipo de trastorno. No obstante, son conscientes de lo que hacen. Este criterio no los exime de responsabilidades penales. Eso a nivel de psiquiatría forense se llama ‘enfermedad mental suficiente’, estas son personas que presentan trastornos de personalidad, pero eso no les impide responder por sus actos ante la ley”, indica.

Una sociedad que moldea para la tortura

Carla Millán es trabajadora social con formación en psiquiatría forense, perfilación y psicología criminal. Su experiencia académica y profesional en el área de peritaje forense le indica que este fenómeno tiene un profundo componente social: el perpetrador inicia su proceso en el núcleo familiar de origen, porque esa condición se encuentra estrechamente vinculada a la crianza, la escolaridad e incluso la formación religiosa.

“Existen desde el punto de vista científico una serie de mecanismos para explicarlo. Podemos destacar como elementos claves el orden, la reacción y el control, que pueden indicar cómo el proceso de socialización de los individuos va a acondicionarlos y tratar de adaptarlos a las normas sociales. Simultáneamente es reforzado por instancias de control formal como los cuerpos policiales y el sistema judicial, entre otros”, dice.

Amalio Belmonte, sociólogo y docente de la UCV, afirma que en el país está en peligro la civilidad y destaca que la sociedad venezolana atraviesa una de las peores crisis socioeconómicas, de valores e institucionales de su historia.

“Está en riesgo el ejercicio pleno de los derechos políticos de los ciudadanos, sin que ello traiga como consecuencia sanciones de carácter judicial o personal. Quienes ejecutan estos delitos saben que tienen alguna libertad para cometerlos y no hay suficiente fuerza de carácter judicial, normativo o político para sancionar”.

Desde su perspectiva profesional, Mary Sánchez coincide con Belmonte: indica que producto del vacío en la norma y los mecanismos de protección de los ciudadanos nuestra sociedad cambió y se deterioró para volver a etapas primarias del funcionamiento de la estructura de los seres humanos.

“Hay una normalización de la violencia, vivimos en una sociedad deconstruida y vulnerada en la cual desbordan las personas con rasgos narcisistas y psicopáticos, a quienes lo único que les importa es el poder y su gratificación inmediata. Por otra parte, se generan en la sociedad mecanismos relacionados como por ejemplo la ‘indefensión aprendida’, que inhibe cualquier conducta de independencia, libertad y protesta; y el rol del ‘testigo silente’, que genera un sentimiento de frustración en quien presencia la tortura, pero no puede producir cambios”.

 Capacidad de entendimiento

 De acuerdo con Belmonte, para que haya cambios en una sociedad polarizada y con las características que tiene en este momento la venezolana, es necesario que haya un restablecimiento de los derechos políticos a través del diálogo. Expone el sociólogo que los ciudadanos deben dirimir sus diferencias a través de mecanismos de participación con verdaderas garantías, como la discusión libre, el ejercicio de la consciencia crítica y el voto.

“Para que ello ocurra tiene que haber dos condiciones esenciales: la disposición de quien gobierna para dialogar y negociar, porque es quien puede tomar decisiones que le puedan generar confianza a los ciudadanos y quienes están en la oposición de ser consecuentes con la confianza que le puede el gobierno conceder”, puntualiza.

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