Salir de las drogas: un compromiso arduo pero posible

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    Hay un poco de temor en la habitación, Belén (19 años) toma asiento frente a la cámara, y aunque hay una pequeña grieta en sus ojos que delata sus nervios, decide compartir su historia con nosotros. Ella como muchos jóvenes de la ciudad, debido al contexto de pobreza y violencia en los que crecieron, cayó en el abuso de drogas en su adolescencia.

    Según la última encuesta realizada en 2014 por el Observatorio Nacional de Drogas de Ecuador, se sabe que en Quito se registra el mayor porcentaje de consumidores adolescentes (12 a 17 años de edad) intensos y regulares de alcohol en todo el país, así como el mayor índice de consumo de marihuana y es una de las ciudades con los índices más altos de consumo de pasta base en adolescentes. La migración a la urbe y la crisis económica de los últimos años tienden a ser factores que afecten aún más los contextos sociales y económicos en los que los jóvenes se desarrollan. En la mayoría de casos, el problema del abuso de sustancia les acarrea muchísimos más como la deserción escolar, el convertirse en agresores y/o víctimas de violencia, llegar a vivir en la calle, por mencionar los escenarios más comunes.

    Otro caso es el de Martín (25 años), quien tuvo vida de calle en su infancia. Ahora, después de un largo trabajo sobre sí mismo, ha logrado convertirse en un emprendedor y educador. Tanto a él como a Belén, la Fundación Sol de Primavera los acogió. Esta entidad trabaja con niñas, niños y adolescentes que se encuentran en situación de riesgo o tienen vida de calle, les ofrece capacitación técnica en áreas artesanales, además de dar apoyo y seguimiento psicológico y académico.

    Belén y Martín ahora trabajan en la Fundación. Ellos aprendieron que el abuso de sustancias fue un producto del contexto social y económico en el cual crecieron. Ahora trabajan para que más niñas, niños y jóvenes puedan salir de las calles y las drogas. La forma que hallaron de romper ese círculo de violencia y dependencia fue crear vínculos de afecto y compromiso, en lo posible con sus familias, de no con su comunidad, con los nuevos sujetos de afecto que encuentren y decidan apoyarlos, pero sobre todo, consigo mismos. Como nos dice Belén: “aprender a quererse a uno mismo, primero es eso”.