Siete meses han pasado desde que comenzó todo y aún no hemos muerto. Muchos pensaban que los únicos seres vivos que sobrevivirían al apocalipsis serían las cucarachas y la reina Isabel II, pero no, aquí seguimos. Nos levantamos cada día con el mismo pensamiento: Vaya, otro día que no muero. No sé si es que Dios ha fallado en los cálculos o si, contrariamente a lo que siempre hemos pensado, no somos tan frágiles.
Intentos no han faltado en este 2020. Empezamos el año con el amago de una Tercera Guerra Mundial que dejaría a Putin celoso por no haberla comenzado él. Pasamos por la pandemia del coronavirus que amenazó con extinguir al papel tualé y a nosotros. Continuamos nuestro pasaje apocalíptico con una depresión del precio del petróleo que no se recuperaba ni poniéndole reggaetón del viejo y, acto seguido, aparecieron fotos de OVNIS. Esto último, he de admitir, me dejó con una paranoia tremenda cada vez que veo a cualquier zamuro volando sobre mi casa.
Algunas erupciones volcánicas, algunos terremotos, y finalizamos en protestas masivas antirraciales en el país más poderoso del mundo, que han hecho tambalear a Trump y han puesto a los influencers a buscar todas las fotos con sus amigos negros en la galería del celular. Ahora bien, si tú, querido lector, eres influencer, te digo algo: publicar una foto con tu amigo negro para presumir que no eres racista, no habla bien de ti; habla bien de él, porque aún es amigo tuyo a pesar de tu estupidez.
Todos hablan de las protestas en Estados Unidos y lo demás ha pasado a segundo plano. Hasta el nuevo coronavirus se siente celoso. Él no ha matado a miles de personas para que nosotros le hagamos ghosting por culpa de una nueva polémica. De hecho, está pensando en involucrarse en un escándalo sexual para que volvamos a hablar de él. Un poquito de atención a la pandemia, coño, que si el coronavirus se nos muere de depresión, vamos a terminar extrañándolo cuando bajen los extraterrestres a reclamar a nuestros gatos para erigir una nueva sociedad felina.
Pero aquí estamos. Y la única explicación que encuentro a nuestra supervivencia es que Dios olvidó una característica especial del apocalipsis. Como nosotros, la desaparición del mundo está hecha a nuestra imagen y semejanza; y nosotros estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. No hay nadie más ególatra y necesitado de atención que Dios, por lo tanto, el apocalipsis necesita atención para que funcione.
Segmentar nuestra desaparición en etapas no es la mejor opción, porque cada vez que ocurre algo nuevo, nos olvidamos de la catástrofe anterior. Y corazón que no ve, corazón que no siente, por lo tanto, nos hacemos cada vez más inmunes a nuestra extinción a medida que sale un escándalo nuevo. No revisar Twitter sería nuestra nueva vacuna contra el apocalipsis, porque no nos enteraríamos de nada. Ah, pero eso no es lo que Dios quiere, Él quiere que nos enteremos y ese es su gran error.
Así que, la próxima vez que pensemos que el mundo se va a acabar, no caigamos en pánico. Apaguemos todo, no le prestemos atención al apocalipsis y esperemos tranquilos a que muera por ignorancia.
Pablo Alas