Una tarde en el fin del mundo

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Crónica enviada por: Richard Manrique

El sol cae a plomo, sin brisa ni nubes, una típica tarde de finales de marzo en Ciudad Guayana. En la calle no hay nada que buscar: calor despiadado y un virus infame, una combinación nada agradable. La cuarentena dicta los siguientes pasos. Un baño, un vaso de agua fría, y una revisión a las imágenes que llegan desde los cuatro rincones del mundo. Nueva York esta desierta, sumergida en un pánico silente que no conocía desde aquel septiembre infame. Inglaterra parece despertar del letargo de sus autoridades, justo a tiempo para enterarse que su Primer Ministro es uno de los infectados. En España, los ancianos mueren solos y son enterrados de la misma forma. Pero la visión más impactante llega desde el Vaticano. El papa Francisco atraviesa una Plaza de San Pedro desierta, bajo una llovizna pertinaz y triste, para echar una bendición Urbi et Orbi que se parece demasiado a una extremaunción global. No es un buen momento para la fe y el optimismo. 

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Me levanto y voy al patio a poner orden en las peleas fratricidas entre las dos perras, empeñadas en demoler los monumentos de jardinería que mi madre ha levantado a lo largo de incontables mañanas. Observo que una de las plantas tiene menos hojas que al amanecer, y sonrió pensando en la que se va a armar de aquí a una hora, cuando mi madre se levante a cumplir con su riego de las cinco. Un grito me sobresalta. Mis hermanas están riendo a todo pulmón de un chiste de mal gusto, de esos que circulan en las redes junto a rumores descabellados y mentiras apocalípticas. Con cuarentena o sin ella, la dinámica familiar no cambia. Más allá de nuestras paredes, el mundo puede estar ardiendo, pero nada impedirá que mi madre cuide de sus rosas y regañe a la fauna doméstica. Si su supervivencia dependiera del silencio más absoluto, mis hermanas no durarían un día. Y si dependiera de mi paciencia con ellas, no durarían una hora.

El mundo se acaba entre estertores ahogados, pero no estoy preocupado. Junto a estas mujeres insensatas he batallado y vencido. Enfrentamos hambre, enfermedades, rechazo social y familiar, violencia doméstica, abandono, muerte. Estuvimos lado a lado en las victorias, y también en las derrotas, las tristezas, los desamores. No es la primera vez que miramos al fin del mundo directo a los ojos. Tampoco será la última. 

Una mano toca mi hombro, y al voltear tengo frente a mí una taza llena de café, humeante y tentadora. El horno exhala esencia de galletas, y mi madre, con un dedo acusador y firme, les predica a las perras sobre las virtudes de la mesura y el respeto a las plantas. Esta es otra tarde en el fin del mundo, y no pienso dejar de disfrutarla. Mañana es otro día.

Twitter: @richardyreload

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